lunes, 16 de febrero de 2009

Del Cuzco al desierto y el Mar

Dejando atras el gran lago madre y padre de las alturas,
el camino se interna en el epicentro del imperio Inca.
La señorial Cuzco recibe al viajero cansado
con su encanto milenario de piedras encajadas.


Dejando Cuzco, el camino se vuelve arisco, a veces tenebroso, rudo.
La gran maquina germana se defiende como puede del abuso,
exhibe soltura y agilidad no comunes en motos de su peso y potencia,
e iguala, a veces supera, a la motocicleta austriaca de mi amigo norteamericano.
Las superficies oscas dan paso a la suavidad del asfalto y la Panamericana nos lleva
cual brisa acelerada hacia la costa trujillana y sus playas de Huanchaco.
El polvo y la arenisca, las rocas y piedras, magicamente se convierten en suaves arenas y el mar extiende su gravitacional atraccion de relajamiento y serenidad.

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